Veinte años del nuevo Parque Central!

Apenas ahora se cumplen veinte años de la inauguración del nuevo Parque Central de Mataró. Cómo cantaba en Serrat, hace veinte años que tengo veinte años, y por lo tanto, recuerdo perfectamente como era aquella zona donde ahora tenemos este parque del cual creo que nos podemos sentir muy orgullosos los mataronins. Y lo recuerdo perfectamente porque pasé muchas horas con mi hermano, andando con mi abuelo y jugando con mis amigos, por aquellos prados y descampados que ejercían de frontera entre Cereza y el resto de la ciudad de Mataró. Adentrarte en aquella zona, para unos niños de barrio que encara no habían llegado a la adolescencia, era una auténtica aventura.

Bajando por el Torrente de la Pólvora, este dejaba de estar asfaltado a la altura de la zona donde ahora hay la rotonda de Lluís Lligonya (insigne sindicalista de CCOO, trabajador del textil y, más tarde, impulsor de TV Mataró). A partir de allá, los niños teníamos absolutamente prohibido por parte de nuestros padres bajar más allá, porque el torrente, nos decían, era muy peligroso. Y el cierto es que lo era, en una época en qué en los barrios como el mío la heroína hizo estragos y dónde no eran infrecuentes los robos y atracos. Que le pregunten si no a los empleados de la oficina de Cereza de la Caixa Laietana durante aquellos años ochenta, como mi amigo Antonio Ortiz... En aquella zona ahora hay la escuela cuna Elna, donde durando los últimos tres años se ha educado mi hijo grande gracias al extraordinario trabajo de su equipo de educadoras. Entonces había un gran descampado, donde cada mes de junio montábamos la mejor hoguera de San Juan del barrio, pero dónde también acostumbrábamos a encontrar coches abandonados, quemados a veces, además de basura, suciedad y, por supuesto, jeringuillas usadas. habrá gente joven y no tan joven que esto los sonará exagerado, pero los que nos hemos criado en determinados barrios sabemos que es absolutamente cierto. Justo allá había un colector de aguas residuales que, cuando llovía, se llenaba de cañas, restos de todo tipos y ratas. Era como un frontón de cemento con una cueva enrejada en medio que, con la transformación urbanística de la zona, por suerte, quedó sepultado. Pues bien, a partir de aquel lugar, y pasada la "Casa de los Ricos" (realmente dicha Bello Rost, de la familia Coll, una de las más ricas de Mataró), empezaba el torrente de verdad: piedras, arena de playa, cañas, hierbas de todo tipos... Y andando andando pasabas junto a la Casa Gorro (Can Masjoan), hoy patrimonio de la ciudad, y llegabas en pocos minutos a las antiguas pistas de atletismo de Padre Plandolit, del Centro Atlético Laietània, para enseguida salir al Camino de la Giganta, bien cerca de los Viveros Pera. Además de las citadas, aquellas propiedades, revisando mapas antiguos de la ciudad disponibles a la web del Ayuntamiento, aparecen bajo los topónimos de Can Pera, El Palmer, etc. Llegar hasta allá, para un niño de Cereza, era saltarse todas las normas.

Entre el Torrente de la Pólvora y el Torrente de Can Boada (antes Torrente de en Trisach), el que ahora sería la Vía Europa, había unas cuántas hectáreas de prados, descampados, huertos, alguna casa en ruinas... Y a nosotros, en aquellos años, nos parecía una selva donde vivir mil y una aventuras, sobre todo en los meses de verano. había quién saltaba a los huertos, cogía higos u otros frutos, e incluso se bañaba a las balsas, a riesgo que el labrador te pillara y saliera corriendo detrás tuyo. había unos campos verdes a medio camino, me atrevería a decir que aproximadamente en la zona donde ahora hay las calles Marià Ribas y Esteve Albert, donde jugábamos grandes partidos de fútbol. El "campo de césped", le decíamos, pero allá no había césped, sino hierbas de todo tipos que, como que eran verdes, a nosotros nos parecía cómo si estuviéramos jugando en un campo de Primera División. Eso sí, con dos piedras o dos sudaderas haciendo la función de porterías y con equipos que podían llegar fácilmente a los veinte jugadores por banda, jugando todos simultáneamente. Aquellos partidos de verano duraban horas y horas, desde justo después de comer hasta que nuestras madres nos llamaban para cenar. Normalmente tenían lugar a la parte de arriba de la plaza de Antonio Machado, pero cuando íbamos al "campo de césped" es que se trataba de un acontecimiento importante, incluso jugando contra equipos de niños otros barrios. Para nosotros era como disputar la Champions League.

Adentrarte en aquella selva con tu bicicleta BMX era una auténtica aventura. Apenas por debajo del que ahora es la prolongación de la Ronda Doctor Ferran hasta la plaza Italia, el que siempre lo hemos dicho la "Curva del coño", había una zona de garrofers con un camino de arena por donde pasaban los rebaños de ovejas y cabras (sí, ovejas y cabras por Mataró en plenos años ochenta y noventa) que era un auténtico circuito. Recuerdo que pasaba por el lado de unas xaboles hechos de madera y hierros donde vivía gente, entre ellos un personaje mítico del barrio, que muchos recordamos: "El Africano", un indigente que se paseaba por Cereza y que todo el mundo conocía. Pues bien, por aquel camino de arena podías llegar prácticamente hasta el Torrente de Can Boada, al cruce que, ya asfaltado, si girabas a la derecha te traía hasta la Llàntia, mientras que si seguías recto, llegabas a Rocablanca. Si echabas a mano izquierda podías bajar hasta los Burots, donde ahora hay la plaza de Granollers. Una vez, recuerdo que con los amigos llegamos por casualidad hasta una fábrica abandonada que había casi llegando a los Burots, bajando por el Torrente de Can Boada. Se nos hacía tarde y decidimos que la semana siguiente volveríamos, muy equipados, con bocadillos, bebidas y todo. Y así lo hicimos: volvimos, pero a la fábrica no había nada de valor, más allá de revistas antiguas, papeles y moldes de estampación. Revisando mapas antiguos de la ciudad, podría ser "Can Vila".

Y obviamente, cuando llegaba la feria, que era un acontecimiento largamente esperado por los niños y no tan niños de Mataró, el lunes anterior empezaban a llegar los camiones de las diferentes atracciones, que después montaban a lo largo de la semana a la avenida Corregiment, a toda la banda norte del que ahora es el nuevo Parque Central. El año pasado escribí aquí a Renacuajo un artículo sobre este tema, si los apetece lo pueden recuperar.

Pues bien, ya entrados los noventa la transformación urbanística de Mataró era un hecho, y muchos la vivimos en primera persona. Durante una feria comercial, el Ayuntamiento había organizado unas rutas gratuitas en autobús por la ciudad, haciendo paradas a los lugares donde se producirían las principales transformaciones. Recuerdo perfectamente haber hecho una de estas rutas con mis padres, con un guía que iba explicando con detalle estos cambios. Y recuerdo habernos parado al descampado donde después se construiría la biblioteca Pompeu Fabra, y sobre todo, como nos explicaron la transformación de la zona del nuevo Parque Central. Yo, que debía de tener 12 o 13 años, voy al·lucinar. No me podía creer que mi ciudad sufriría aquella transformación tan brutal. Pero así fue: en pocos años mi estimado barrio de Cereza, como también los otros barrios de la parte alta de Mataró, quedaron integrados urbanísticamente en la ciudad. Y a pesar de que todavía decimos que "bajamos a Mataró", desde aquel momento nos sentimos un poco (o mucho) más mataronins. Podrá parecer una tonteria, pero no lo es en absoluto. Donde antes había descampados y suciedad, ahora hay escuelas cuna, parques y calles. Poca broma!

Se podrán criticar muchas cosas a los responsables de la transformación urbanística de Mataró, pero nadie podrá negar que a mediados de los noventa se consiguió integrar los diferentes barrios de la ciudad de forma inteligente, y me consta que no fue fácil. Porque si hoy tenemos un pulmón verde en medio de Mataró (el centro hace tiempo que se trasladó unos cuántos centenares de metros hacia la plaza de Granollers) no es por casualidad, sino por una serie de decisiones políticas que lo hicieron posible, en cuentas que, por ejemplo, se hubieran levantado bloques de bastantes plantas donde hoy tenemos este nuevo Parque Central donde podemos ir a jugar con nuestros hijos, hacer deporte, reunirnos, celebrar ferias y acontecimientos de todo tipos... Sería injusto personificar la responsabilidad de la gestión urbanística de la ciudad en aquellos tiempos, pero quiero citar dos personas destacadas: en Manuel Mas, alcalde la Mataró durante veintiún años, y en Salvador Milà, regidor de urbanismo en diferentes mandatos con el PSUC e Iniciativa por Cataluña, probablemente el gran cerebro de la transformación urbanística de nuestra ciudad, a pesar de que en 2000, cuando se inauguró el nuevo Parque Central, estaba a la oposición. En Manuel Mas, en otro artículo publicado hace unos días en este mismo medio recordando la efeméride, daba más detalles y nombres de personas clave en la ideación y construcción del nuevo Parque Central, así que los invito a leerlo. Nadie mejor que él para explicar esta historia.

Ahora que parece que empezamos a ver una mínima luz en esta pesadilla de la crisis del coronavirus, no se me acude mejor opción a nuestra ciudad que celebrar los veinte años del nuevo Parque Central dando un paseo, y valorar en su justa medida poder disfrutar de este espacio. A pesar de que los confesaré un secreto: a mí siempre me ha gustado más ir al parque viejo, andar bajo los cada vez más escasos eucaliptos, beber de la fuente y sentar en un banco a la sombra, para ver la gente pasar. Y recordar la cantidad de horas que, de pequeño, pasé allá con mi hermano Carlos, mi abuelo Miguel y mi abuela Dolores.

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