Las ocho de la tarde, a una calle cualquiera de Mataró

Mi calle es una calle cualquiera de un barrio cualquiera de Mataró. Tanto es. Ahora, vivamos donde vivamos, tenemos que colaborar en la salida de esta crisis del coronavirus quedándonos a casa y respetando las normas. Estamos preocupados, indudablemente. Mucha gente está angustiada. Mucha ha perdido su trabajo y no sabe qué pasará cuando esto se supere. Y el que es importante de verdad: demasiadas personas están muriendo y muchos familiares lo están pasando mal de verdad, también a nuestra ciudad. Y aquellos que no hemos contraído el virus ni hemos sufrido la muerte de algún familiar directo tenemos que quedarnos a casa. Por nosotros, pero sobre todo por las personas más vulnerables que pueden contraer una enfermedad que puede ser letal. Hace falta responsabilidad y disciplina.

Estos días de confinamiento establecemos rutinas, intentamos trabajar a distancia, hablamos telemáticamente con familiares, amigos y compañeros de trabajo, inventamos actividades aquellos que tenemos niños a casa, cocinamos, hacemos las tareas domésticas, dedicamos el tiempo que podemos al ocio: libros, películas, series, juegos... Pero hoy quiero hablar de este gesto que mucha gente hace a las ocho de la tarde, también a mi calle, y que ya se ha convertido en una auténtica rutina no sólo en Mataró, sino en toda España: salimos al balcó, aplaudimos, nos saludamos y charlamos con los vecinos. Y ahora, con el cambio al horario de verano, incluso nos vemos las caras con más claridad, cosa que agradecemos.

En los barrios que, como el mío, surgieron de la inmigración de los años sesenta, hemos crecido con una cultura comunitaria que probablemente no existe en todas partes. Es fácil de entender: pueblos enteros de Andalucía, de Extremadura, de Murcia, de las Castelles y de todo las Espanyes se trasladaron a nuestra ciudad y construyeron nuevos barrios. A cualquier mataroní le sonarán localidades como La Rueda de Andalucía, Cehegín, Villanueva del Trabuco, Sierra de Yeguas... Y en aquellos duros años sesenta, huyendo de la miseria, muchas familias hicieron " barrio", comunidad, de forma natural: ayudándose a construir sus propias cases domingo detrás domingo, compartiendo comer, luchando para conseguir unos servicios públicos entonces inexistentes, montando escuelas y consultorios con mucho de esfuerzo, etc. La generación de mis padres todavía recuerda perfectamente aquella época. Pregunten si no... Aquella sensación de pertanyença en un barrio, a una comunidad, se ha ido transmitiendo a hijos y a nietos, y muchos todavía la conservamos con orgullo. No la hemos perdido nunca e intentamos transmitirla a nuestros hijos.

Ahora, con esta crisis del coronavirus se vuelve a hablar a los medios de comunicación del concepto de "comunidad", de la necesidad de sentirse parte, de la ayuda mutua, etc. Y pienso en todo esto cuando salimos a aplaudir cada día a las ocho del anochecer. Pensamos, obviamente, en todas aquellas personas del sector sanitario a quien dirigimos nuestro modesto homenaje diario, pero también en aquellas con oficios con mucho menos reconocimiento social pero igualmente necesarios: cajeras de supermercado, transportistas, gestores de empresas, policías, agricultores y ganaderos, personal de limpieza, mozos de almacén...

Y salimos al balcó: nos saludamos con un sonreír cómplice con los vecinos de delante, Albert y Sandra, y nos lo devuelve su hija, la Candela, que aplaude también. También decimos "hola" a Lourdes y Paco, que tiene que ir a trabajar y vuelve a casa con la preocupación de quien puede traer el virus a casa. Nos saludamos con en Juan y la Fina, con Susana e Ivan, con Montse y Cristina... Vemos como hay bastante gente a los balcons de la calle perpendicular, aplaudiendo también. Los vecinos de la planta baja del edificio donde vivo, Manolo y Carmen, no se atreven a salir, porque son muy grandes y están viviendo asustados esta crisis, me lo dicen cuando los veo en su patio trasero. Vivimos en una calle pequeña, con casas de autoconstrucció que hemos ido reformando cada familia a lo largo de los años y que hoy hacen tilín de ver, permítanme que lo diga. Y una gran suerte en estos días: cada finca tiene una azotea, y hay que reconocer que no todo el mundo tiene esta oportunidad, tampoco en Mataró, donde muchas familias con pocos recursos tienen que pasar todo el día entre las cuatro paredes de viviendas pequeñas, en situaciones de grave vulnerabilidad social.

Después de unos diez minutos nos despedimos hasta el día siguiente, diciendo que ya queda un día menos porque pase todo esto. Y entonces hay algunos vecinos que ponen música: lo "Resistiré" y otras muchas, de todo tipo. Estos días se han celebrado aniversarios donde se cantaba el "cumpleaños feliz" desde los balcons y las azoteas, poniendo la famosa canción de Parchís, se han compartido cervezas, se ha jugado al bingo y se han hecho conciertos improvisados. Un día alguien tendrá que hacer un reportaje de la vida a las azoteas y terrazas durante el confinamiento.

Ya queda menos para volver a llenar nuestras calles, ni que sea gradualmente... Queda menos para ir a abrazar nuestros padres, familiares, amigos. Para tomar una cerveza en una terraza o a la barra del bar del barrio. Para ir a trabajar, a traer el niño a la escuela, recuperar nuestra cotidianidad, que seguro que costará... Para abrazar y dar el pésame a Eva, a quien se le ha muerto su padre y no lo pudo despedir. Para volver a valorar aquello que tenemos y que no valoramos bastante. Para no olvidar nunca qué es aquello importando de verdad, para saber que necesitamos unos servicios públicos de calidad que respondan (también) ante las situaciones complicadas. Quedémonos en casa aquellos que no tenemos profesiones "imprescindibles" o que podemos trabajar desde casa, salimos el mínimo posible a hacer la compra o echar la basura, respetamos las normas y seamos disciplinados. Colaboramos al superar esta crisis lo más bien posible. Manos a la obra!

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