joffre villanueva

Joffre Villanueva

Politólogo

Convivencia en la ciudad de los muertos

Ya hace años, en un debate sobre separación iglesia-sido, un pastor protestando nos interpelaba a los representantes de las entidades laicistas: «No olvidáis que hemos compartido las tapias de los cementerios», nos decía, y tenía razón. Es un recuerdo que nunca he querido ni podido borrar, y al que inevitablemente vuelvo cuando veo al mapa de Mataró la denominación «Cementerio protestando» como un apéndice del oficial y reconocido Cementerio de los Caputxins.

El cementerio protestando, también dicho de los espiritistes, proyecta hacia el pasado un hilo que nos relliga con «los otros» de la historia: librepensadores, brujas, espiritistes, masones, protestantes, suicidas, herejes... una rècula de heterodoxas a quienes se los negaba el entierro en sagrado y que, castigados en la ciudad de los vivos, quedaban eternamente apartados de la ciudad de los muertos.

Una realidad de exclusión, marginación y persecución. Una realidad de la que salimos a medida que, durante el siglo XIX, se aboleixen las últimas instituciones feudales, se afirma la soberanía popular, se ensaya una democracia incipiente y se construyen las instituciones civiles. Una evolución lenta y áspera para disponer de código civil, de registro civil, de libertad de asociación, de pensamiento, de expresión, de culto...

Podría parecer que estamos hablando de realidades remotas, antiquísimas, pero el cementerio protestando fecha de 1876, no tiene un acceso directo al de los Caputxins hasta la II República, que se tapia en 1939 y no se vuelve a abrir hasta el año 1987!

Y es que en términos históricos, el pluralismo religioso y filosófico, en Cataluña, es una novedad reciente, una conquista parcial y una realidad frágil. Y la arquitectura legal no acompaña, porque si bien la Constitución supuso una rotura con el nacionalcatolicismo, los acuerdos concordataris firmados en 1979 hipotecan un desarrollo legal que consagre la neutralidad de las instituciones, garantice la igualdad de derechos y ampare la libertad de conciencia.

Pero a pesar de ser reciente, parcial y frágil, el pluralismo religioso es aquí para quedarse. Y por mucho que se enrabien algunos intolerantes y funden partidos del odio, hay una mayoría social que no tenemos ningún problema con las creencias ni con el estilo de vida de nuestros vecinos y vecinas. En términos generales somos una sociedad más plural y más respetuosa que las que nos han precedido, pero hará falta todavía normalizar muchas situaciones y hacer pedagogía para consolidar esta circunstancia y hacerla avanzar.

En Mataró, por suerte, la pandemia y el confinamiento los hemos vivido en un clima de entente y consenso al Ayuntamiento. Hemos tenido suerte: a las últimas elecciones escogimos representantes que han preferido cooperar y hacer un esfuerzo extra para ponerse de acuerdo. Cuenta: que nadie lea aquí el típico discurset de los que no soportan la polémica política (normalmente porque no lo entienden). A los cargos políticos también los tenemos que exigir que confronten. Y en todo caso, a posteriori, valorar si confrontaron por cuestiones que valían la pena o se distrajeron con nimiedades.

Pues bien, resulta que una de las polémicas de estas semanas ha sido si el gobierno actual está siendo basta diligente para atender las demandas de los colectivos musulmanes de ser enterrados de acuerdo con sus creencias que, entre otros cosas, exigen ser sepultado bajo tierra mirando a La Meca. La pandemia ha complicado mucho esta posibilidad que hasta ahora, en muchos casos, se resolvía repatriando el cuerpo en los países de origen. Pero esto, ahora es imposible.

Justo es decir que la pandemia sólo ha precipitado una situación que se estaba empollando de hacía tiempo. En primer lugar, porque no todas las personas musulmanas son nacidas en otros países. Si yo me convirtiera al islam no tendría ningún «país de origen» al cual ser repatriado. Pero sobre todo, porque tiene todo el sentido querer ser enterrados cerca de nuestras familias.

En todo caso, la polémica en el ayuntamiento vendía al pelo de un informe de la Generalitat que tiene que servir para ampliar el espacio por entierros bajo tierra al cementerio de Las Valls. Y aquí es donde se complican las cosas. Porque la densidad de población de Mataró (y de muchos municipios catalanes) es altísima, y esto limita la capacidad de los cementerios. Por este motivo hay tantos nichos, y también por eso tanta gente opta por la incineración. El espacio físico disponible para tumbas bajo tierra está muy limitado, y no parece asumible que todo el mundo pueda acceder. Y la posibilidad que parece abrirse de un espacio al cementerio reservado para musulmanes, generaría un problema evidente, porque supondría un trato preferente por motivos religiosos.

La epidemia está desafiando la ciudad de los vivos, poniendo a prueba nuestra capacidad de ponernos de acuerdo y de asumir los límites de nuestros recursos. Veremos como continúa la historia y si conseguimos, unos y otras, llegar a un punto de entente. Los muertos convivirán si lo hacemos los vivos.

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