Cómo al circo

El enano lloraba atornillando entre sus manos anchas un kleenex convertido a base de lágrimas casi en una pasta blanca. La mujer barbuda lloraba con un llanto sin ruido sentada en una silla de madera que muy poco aguantaba su proboscídia estampa. El ensinistrador de leones, con el corazón convertido en una sorreta muy delgada, como la de algunas playas, retenía las lágrimas en una retícula del alma. El trapezista era muerto. Se había roto el cuello al caer de una altura de diez metros y su cuerpo estaba en tierra en posición extraña. Lloraban los amazonas, el hombre bala y la contorsionista china, que también tienen lágrimas. Las fieras, acurrucadas dentro de la jaula abierta por el desbarajuste que había creado el drama, eran, todas juntas, no más que un grupo de animalons inofensivos que soltaban hipos y suspiros recordando una libertad nunca paladejada.

El público se había quedado helado y todavía había muchos que tenían los ojos tapados con las manos. había habido un "ooooooooooooooh" general y un silencio espeso al ver la útil curva del acróbata que, quizás debido a su estigmatisme de hacía poco diagnosticado, no había sabido por un golpe cogerse al trapecio y los dedos le habían resbalado. Cuestión de cálculo. Los niños, las madres y los padres sentían por dentro muchas cosas mezcladas.

Un golpe pasada la sorpresa y llegado a entender el horror, el empresario ha trucado una ambulancia que ha venido con rapidez y con muchas luces y sirenas, llevándose rápidamente el cuerpo farragoso del trapezista-muñeco.

Entonces el payaso tonto, con una lágrima colgándole de la nineta que no ve nadie porque sabe hacer muy hecha su trabajo, sale a la pista llamativo, riendo y donante palmes y empieza a estrellar pasteles a la cara del payaso inteligente que con las manos a los lados se deja hacer con ademán seriossíssim, levantando la ceja larga como sólo él sabe hacer. El payaso tonto, con un hazmerreír a destiempo saluda el público ploraner y madriguera de espaldas y adopta en el tierra la posición desmenjada del trapezista caído del cielo. Entonces de entre el público nace la primera risa y después una multitud de aplausos.

Este número vende -piensa el empresario, cofoi, y se lo ratifica el payaso listo después-. Pero el payaso tonto sabe que si no caen más trapezistes será un éxito de una noche sólo.

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