Miles de personas han acudido a la Comunidad Valenciana como voluntarios para ayudar en las tareas contra la destrucción causada por la DANA. Entre ellos, muchos catalanes, impulsados por la proximidad geográfica y los sentimientos de hermandad y solidaridad generados por la enorme tragedia. Los vecinos de Mataró, como en tantas otras ciudades, también se han organizado a través de páginas y redes sociales para enviar convoyes con alimentos y todo tipo de material de apoyo, y algunos de ellos han viajado hasta los municipios al sur de la capital valenciana arrasados por el temporal. Entre ellos, Joan, un vecino de Argentona que trabaja como policía en Mataró, partió pocas horas después de las inundaciones y se quedó seis días. Este es el relato que hace de lo que vio y vivió allí.
"Pronto me di cuenta que tenía que hacer algo, que había de ir"
"Era miércoles cuando vi noticias y videos de lo que estaba ocurriendo en Valencia. Tengo familia en la zona, pero, por suerte, no fueron afectados. Pero aquello era impresionante, las imágenes eran muy duras. Pronto me di cuenta de que tenía que hacer algo, que tenía que ir", explica Joan, de 54 años. Su larga experiencia en los cuerpos de seguridad lo convierte en un perfil idóneo para echar una mano. Joan quería estar directamente sobre el terreno, así que, contactando con otros grupos de policías a través de redes sociales, acaba marchando el jueves 31 al mediodía en un vehículo con dos Policías Nacionales de Lloret, un Mosso de Barcelona y un Guardia Civil en El Vendrell. Aunque la intención inicial de la expedición era otro municipio, el destino final acaba siendo Sedaví, uno de los pueblos más afectados por la DANA, como todos los de la zona de l'Horta Sud y la Albufera.

Personas haciendo cola en el instituto para recoger alimentos y material
"En un parking próximo había unos 400 vehículos destrozados"
Al llegar al punto de abastecimiento en el polideportivo municipal de Sedaví, uno de los pocos edificios que estaba siendo adecuado y limpiado por un grupo de voluntarios llegados unas horas antes desde el Maresme, Joan se presenta como policía, como todos sus compañeros de viaje, y se ponen a disposición de un único mando de la Guardia Civil que se encontraba en el lugar; se pone un chaleco reflectante como único uniforme y le empiezan a asignar tareas como la organización del tráfico, muy complejo debido a las afectaciones en las vías de acceso al pueblo, o la descarga de productos de limpieza y otros víveres que iban llegando, primero con cuentagotas y después de manera más masiva.
El escenario que se encuentran Joan y el resto de voluntarios es apocalíptico. “Lo primero que nos encontramos son coches amontonados en las calles del polígono industrial: algunos vehículos llegaban a formar tres niveles, uno encima del otro. En un tramo de calle de unos 200 metros, podía haber unos 70 coches apilados, pero eso no era nada: en un aparcamiento cercano había unos 400 vehículos destrozados”. Siguiendo las órdenes de un mando policial, deben inspeccionar el interior de los vehículos amontonados antes de que vengan a retirarlos; por suerte, no encuentran cadáveres.

Joan (derecha) ,con Rafa, un voluntario del pueblo que no para de ir arriba y abajo con el 'toro'
Pero el desastre, afirma Joan, es difícil de describir. “Recuerdo un concesionario del polígono, absolutamente devastado, con coches que habían entrado por las puertas rotas por la presión del agua. Nunca había visto algo así”. El pueblo, completamente arrasado, parecía haber sufrido un desastre sin precedentes. Joan cita la descripción que hizo un bombero desplazado a la zona con experiencia en zonas catastróficas: “Es como si hubiera habido un tsunami, pero esta vez venido de la montaña”. Por momentos, la situación parece una batalla campal contra la destrucción y el barro.
"La gente del pueblo se muestra agradecida hasta el extremo, con lágrimas en los ojos"
Después de una primera jornada maratoniana, y sin poder pegar ojo de noche mientras intenta dormir en el mismo polideportivo (“me rondaban demasiadas cosas por la cabeza de todo lo que había visto”, explica), al día siguiente, más de lo mismo: organizando la llegada de víveres, sacando barro con una pala, conectando las mangueras de incendios para poder limpiar y ayudando en todo lo que fuera necesario, mientras sus otros compañeros con su coche comienzan a repartir comida, agua y otros productos por las casas afectadas, ayudando a personas atrapadas en los pisos superiores porque la inmensa mayoría de los bajos han quedado totalmente colapsados por el barro. La escena es desoladora, pero las muestras de solidaridad son impresionantes. “La gente del pueblo muestra agradecimiento hasta el extremo, con lágrimas en los ojos, aunque nosotros, en medio de todo este caos, tan solo nos limitamos a ayudar en todo lo que está a nuestro alcance, poniendo nuestros conocimientos y experiencia”, explica el policía.

Sala de curas habilitada en el instituto del pueblo
Las siguientes noches Joan las pasará en casa de una concejala de Sedaví, Filo, y su hermana, que acogen a diferentes voluntarios con los brazos abiertos. Al día siguiente, acaba reuniéndose con el jefe de la policía local; un hombre permanentemente ocupado, con tres teléfonos sonando a la vez, la radio de la policía en marcha y todos haciéndole preguntas a cada paso, y que, sin embargo, mantiene la calma y el control dentro del caos. “Cuando llegamos al patio del instituto de Sedaví, convertido en un centro de coordinación de ayudas, de reparto de alimentos y material y también en centro sanitario, me pide si puedo organizar la entrada de las personas, para evitar problemas y discusiones. Así que improviso unas líneas de entrada y salida con una cinta policial sacada del vehículo de unos compañeros, para que la gente entrara ordenadamente”. La cola de personas se hace larguísima, especialmente gente mayor, que llega con muchas dificultades debido al barro y que viene a recoger comida y otros productos; también angustiados, preguntan sobre pruebas o consultas médicas que tenían previstas (los más jóvenes se han quedado en sus respectivas casas y negocios, reparando y limpiando hasta donde pueden).
Muchos vecinos presentan heridas por el esfuerzo que supone quitar el fango y los escombros de sus casas y calles
Cada vez más vecinos y vecinas presentan heridas por el esfuerzo que supone sacar el barro y los escombros de sus casas y calles. “Veo personas que se han lesionado gravemente haciendo estas tareas, como un hombre que se había roto la tibia y que llora, no por el dolor físico, sino por la impotencia de no poder continuar apoyando a su familia”, recuerda Joan. Sus lágrimas reflejan el agotamiento mental y físico de todos aquellos días”. Joan se pregunta por qué no se ha permitido que el ejército interviniera antes. “Son profesionales, capaces de afrontar física y mentalmente estas situaciones, con el equipamiento adecuado para no hacerse daño, deberían haberse desplegado mucho más pronto”, también lamenta que desde muchas administraciones locales y autonómicas de toda España no se han facilitado vehículos, equipamientos y herramientas a policías, bomberos y otros profesionales cualificados para desplazarse a las zonas afectadas donde podrían ser de gran ayuda.

El centro de atención primaria de Sedaví, afectado por las riadas
Cada día es de una intensidad desbordante, con unas jornadas de 14 a 16 horas continuadas
Cada día es de una intensidad desbordante, con jornadas de 14 a 16 horas continuadas, tratando de ayudar a personas que se desmoronan constantemente, inmersos en una situación que les sobrepasa; pisando barro hasta por encima de los tobillos, haciendo mil y una cosas a la vez… Un escenario sobrecogedor. El desgaste físico y emocional se hace evidente en todos, evidentemente en las víctimas, pero también en quienes se han desplazado para ayudar. “Recuerdo a una chica, casi una adolescente, que llega a la puerta del instituto de Sedaví, llena de barro hasta la cara, llorando porque los bocadillos que su abuela había preparado para ella y su grupo de voluntarios se habían caído en el barro. La calmo y le doy indicaciones para que dentro le den comida caliente para ella y sus compañeros. Sale emocionada, con lágrimas en los ojos, y me da un abrazo y las gracias”. Esta joven era una de los miles de voluntarios que se habían presentado para ayudar en esas condiciones, muy extremas también para ellos. “Había una mujer que estaba en el pueblo ayudando en todo lo que podía y que tenía un familiar desaparecido por el temporal; tuve que acompañar a la policía judicial hasta donde estaba la señora para que facilitara datos que ayudaran a identificar el cuerpo”, relata Joan.

Material de ayuda recogido en el almacén
"Se puede decir lo que sea del Estado o la Generalitat, pero los ayuntamientos han hecho un trabajo increíble"
El centro de salud, como casi todo el municipio, ha quedado inutilizado por el barro. Por ello, la atención sanitaria de urgencia también se realiza improvisadamente desde el instituto, con un espacio de triaje, un pediatra, psicólogos y un servicio de cirugía menor, todo coordinado por equipos de voluntarios y sanitarios desbordados por la situación. "Se puede decir todo lo que se quiera del papel de la Generalitat Valenciana y del Estado, pero ayuntamientos como el de Sedaví (con un número de habitantes similar al de Argentona) han hecho un trabajo increíble", asegura Joan. Sin embargo, el reto para estos consistorios es abrumador. En municipios como Sedaví la situación es desesperada, y el caos, palpable. Muchas familias lo han perdido todo, sin poder contactar con sus seres queridos ni encontrar refugio. Al mismo tiempo, la situación se complica con la falta de comunicación y el caos logístico, como la imposibilidad de encontrar suministros esenciales o la saturación de los servicios de emergencia, algo que, con el paso de los días, se irá poco a poco regularizando.

Una casa donde vivían dos hermanas, a quienes no encontraban desde las inundaciones
Los psicólogos avisan que las semanas siguientes a la catástrofe, pasado el shock inicial, serán peores
Aunque las heridas son profundas, la voluntad de reconstruir y de apoyarse mutuamente es prioritaria. Pero, a pesar de todos los esfuerzos, la tarea de reconstruir las vidas y los bienes perdidos será larga y difícil. "No tengo ni idea de cuándo volverá la normalidad a pueblos como Sedaví, viendo cómo ha quedado todo. En la escuela y en el instituto, por ejemplo, será difícil que puedan retomar las clases antes de Navidad", constata. El caos y la incertidumbre continúan, y por eso la necesidad de apoyo se prolongará durante mucho tiempo. La ciudadanía sigue manteniendo el pulso; sin ir más lejos, la esposa de Joan, Alicia, y sus primas, que son propietarias de una pizzería en Argentona, han logrado enviar más de una decena de furgonetas llenas de suministros a la zona afectada por la DANA, coordinándose con otras empresas y voluntarios del Maresme.
"Las semanas siguientes a la catástrofe, nos decían los psicólogos, serán aún peores, ya que durante los primeros días la gente estaba afectada, pero actuando bajo la fuerza de la supervivencia y la adrenalina, una respuesta que no durará para siempre", explica Joan. Poco a poco, habrá que empezar a asumir el impacto de todo lo que se ha perdido. "Pero, a pesar de todo, en situaciones tan extremas como estas te das cuenta de que la vida continúa, y que la gente saca fuerzas de donde no las tiene".
Como los compañeros de "viaje" de Joan tuvieron que regresar antes, gracias a las redes sociales y a unos policías locales del Alto Maresme que también se encontraban en la zona, Joan puede regresar a Argentona al cabo de una semana, con la idea de que volverá pronto a l'Horta Sud de Valencia para ayudar en lo que sea necesario.
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